Dientes rojos

El metro no funciona, una chica pide indicaciones de cómo llegar a una dirección y un hombre le explica como debe llegar a destino. El viaje será de cuarenta minutos o más, tendrá que caminar, tomar un colectivo, luego otro y volver a caminar. Durante todo el trayecto ese mismo hombre sigue sus pasos. No acelera, no se detiene, no la corre pero tampoco deja su sombra. No va a hacerle daño, y sabe que la está asustando, pero él se dirige a la misma dirección que ella. No tiene porque tranquilizarla, ¿o sí?
Con una escena que como mujeres hemos vivido incontables veces (ese miedo que alguien está detrás y nos sigue el paso) conocemos a uno de los protagonistas de esta historia: Lukas Kocaj, recién salido de la academia de policía. Vemos su punto de vista, entendemos que no tiene la culpa de la situación pero también sentimos el miedo de la chica que camina.
Así comienza esta novela que no da respiro. Una adolescente, otra, está desaparecida; otra vez. Otto Ritter es el inspector a cargo de la investigación; y Lukas su compañero, y nuestro narrador, no quiere trabajar con él. Otto es agresivo, racista y machista; pero es un excelente investigador. Y una adolescente falta de su escuela, como tantas otras chicas. En la escuela religiosa donde vive, en su habitación encontraron solo un diente y una pequeña mancha de sangre. Pero ese diente estaba arrancado de raíz. Eso debió de doler, mucho.
Es así como seguimos los pasos de ambos policías que intentan hilar un caso que parece uno que ya vimos, una historia que ya conocemos. Pero en esta historia hay algo más detrás de la desaparición de Rebecca. Hay algo más aparte del dolor, sangre, dientes, dolor, muerte, angustia, miedo, dolor. El típico caso de novela negra toma un giro inesperado hacia la locura, lo sobrenatural y aquello que se esconde en las miradas turbias y amenazantes. Allí es cuando la lectura se vuelve compulsiva y la necesidad de saber qué es lo que ha pasado lo invade todo.
Recorremos las calles de Berlín en busca de un final feliz; queremos que la justicia triunfe, que Lukas y Otto encuentren al culpable y que Rebecca vuelva a casa. Sabemos que no pasará pero no podemos dejar de anhelarlo. Con una prosa cruda y punzante el autor nos empuja a través de una historia que da miedo y nos obliga a saborear ese sinsabor cruel que nos da la justicia de mano propia que no es del todo la “correcta”.
Debo admitir que he disfrutado muchísimo todo el camino, aunque tuve que pausar la lectura en una escena que me resultó un tanto dura. No tanto por la descripción de lo que estaba sucediendo, sino porque no quería que eso pasara, porque tenía esperanzas de que no pasara. No daré más detalles para evitar los spoilers, pero merece un elogio aparte porque hacía años no me pasaba algo así leyendo.
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